La Misa del Gallo en el medio rural segoviano: aproximación a la memoria escrita (I)

El día 25 de diciembre es, en la actualidad, una fiesta que llamamos "navideña" concebida como una suma ecléctica de tradiciones; sobre todo, por la aculturación de determinadas prácticas anglosajonas y americanas, en detrimento de las propias costumbres.

Más allá de la adopción del Dies Natalis y las Saturnales romanas como referencia para establecer el día canónico del nacimiento del Hijo de Dios, el día de Navidad era una celebración importantísima en las sociedades rurales. La Natividad del Señor era la fiesta de los pastores, siendo el único día del año en el que abandonaban los apriscos. El relato evangélico así lo narra: los primeros en recibir la noticia de la venida del Niño Dios fueron los rabadanes y zagales... que cuidaban en los alrededores de Belén de rebaños de ovejas. Gentes sencillas, humildes... signo de la revelación divina, primeramente, a los gentiles, que acuden a adorarle.

Adoración de los pastores, de Alonso Sánchez Coello (1574-1577)
Iglesia Parroquial de San Eutropio (El Espinar, Segovia)
Fuente: Wikimedia Commons
Autor: Enrique Cordero
Licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported (CC BY-SA 3.0)

La fiesta era organizada y avisada con bastantes días de antelación. Sirvan de ejemplo los pastores del pueblo de Cerezo de Arriba, en 1900. El día de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) comenzaban los ensayos del caracol, que ejecutarían como aviso previo a la Misa del Gallo, la gran celebración pastoril de la Navidad rural. Los pastores cantalejanos elegían, igualmente días antes, al "rey" de los pastores. A su cometido quedaba: elegir su "corte", llevar la "pollina negra" y portar la mejor pelliza y los cencerros de mayor tamaño. Dentro de esa aristocracia pastoril escogida por el jerarca se encontraba el tambor. Con su instrumento, llamaría a los pastores momentos antes de la Misa navideña. Y por último, el pastor encargado de llevar una gran bota de vino. Todos los demás vestirían las mismas galas, no superiores a las del rey, y una cachava blanca (suponemos que de madera al natural). Todos juntos elegían de entre sus rebaños la mejor oveja, con la que cenar todos juntos en hermandad el día de Navidad en la "choza del rey" tras la celebración eucarística con sus mujeres. 

El paisaje sonoro y visual era muy rico, de gusto auténtico y propiciatorio de celebración: una exaltación de los sentidos. El día de Nochebuena, los pastores se paseaban y corrían por las calles briqueras haciendo sonar sus cencerros y changarros. Una ceremonia, a buen seguro, de calado parecido a la narrada en Cerezo de Arriba. Cumplidas las doce de la medianoche, tras el repique de campanas, entraban al templo; y se situaban de rodillas en el presbiterio de la iglesia de San Andrés para comenzar la Misa del Gallo, la primera Misa de la Navidad. Al momento del canto del Gloria, hacían sonar todos ellos sus cencerros y se tocaba el tambor. También aprovechaban para cantar "antiguos villancicos", en un momento de sabor tradicional. Entre esos textos estaba una variante de "La Virgen Sagrada", recopilada en distintos puntos de la provincia por María Eugenia Santos o José Terol Gandía.

Estas cencerradas y la entonación de romances y villancicos acompañados con panderetas, castañuelas, pitos, zambombas, hierrillos (triángulos), almireces, hueseras... y toda aquella instrumentación de carácter popular se mezclaban, en la mayoría de los casos, con los coros populares que cantaban con melodías de gusto alegre el Ordinario de la Mísa sin perder el latín preconciliar.

En el Ofertorio de la Misa los pastores, los grandes protagonistas, solían obsequiar al Niño Jesús con corderos; y en el caso madrileño de Braojos de la Sierra echaban (y siguen interpretándolas en la actualidad) danzas al Niño Dios.


Ofrecemos dos romances navideños de las dos respectivas localidades:

Romance recopilado en Cerezo de Arriba: 

"¡Qué alta que va la luna!;    más que el sol de mediodía; 
entre las once y las doce    parió la Virgen María. 

Tanta era su pobreza     que ni aún pañales tenía. 
Bajaba un Ángel del cielo   rezando el Ave María. 

-Mantillas de oro te traigo,    pañales de seda fina, 
y una faja de cristal     que a lo lejos relucía.

Subía el Ángel al cielo   rezando el Ave María. 
Le pregunta Dios del Cielo:  -¿Qué tal queda la parida?-
-La parida queda bien,    y en su celda recogida. 

-Anda, y súbemela acá.      Anda, y súbemela arriba. 
Que en el cielo hay un castillo,     labrado de maravilla. 

No la labró carpintero    de fina carpintería, 
que la labró Dios del Cielo     para la Virgen María. 

Para ella se había hecho;     para ella pertenecía,
para ella se había hecho;     para la Virgen María."


Romance recopilado en Cantalejo: 

[Canta el Rey]
La Virgen Sagrada      y [es] la madre de Dios;
[Canta el coro de pastores]
ni la hay ni la habido    Virgen como vos.

[Canta el Rey]
Estrella preciosa     cual es la "lantera"
                                cual es la "trasera";
cual de los tres reyes    formasteis bandera,
subisteis al cielo        encontráis a un niño
muy revuelto a un velo       cuyo es este niño
cuyo es aquel velo             de Santa María
                                           tres llaves tenía
con la una cerraba             con la otra abría
con la otra decía:        los tres Paternosters
                                   el Ave María
y el Madre de Dios

[Canta el coro de pastores]
ni la hay ni la ha habido      Virgen como vos.

[Canta el Rey]
La Virgen Sagrada   me dio una tajada;
la madre de Dios    me dio otra mejor;
[Canta el coro de pastores]
ni la hay ni la ha habido     Virgen como vos.

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"A las doce en punto en punto
si los gallos no se yerran,
parió la Virgen María
en Belén siendo doncella,
blanca y pura como el sol
y la luna y las estrellas
y el alba cuando amanece
no halla diferencia en ella.

Pastor de Ayllón.
Otto Wunderlich (1886-1975)
Fototeca del Instituto de Patrimonio Cultural de España
Licencia CC-BY-NC-ND

En distintos periodos históricos este tipo de celebraciones fueron prohibidas o censuradas en parte por ser consideradas signo de irreverencia. Un periodista escribió en 1855 un texto apologético sobre estas prácticas:

"Las zambombas y panderetas que entonces resonaban en el templo acompañando los cánticos de la iglesia, no eran como ahora objeto de irreverencia, sino que exaltando nuestro ánimo nos conducían de emoción en emoción hasta el punto de creernos delante de Belén."


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