"La Hora" de la Ascensión en la cultura tradicional segoviana


Hubo otro tiempo, no tan lejano, en el que el ser humano realizaba ofrendas y otros actos propiciatorios con los que suplicar un buen resultado de la labor agrícola. En una economía vinculada al trabajo de la tierra y ligada a la benignidad del clima, era necesario este tipo de actos votivos en distintos momentos; como, por ejemplo, las habituales rogativas en tiempo de primavera. Durante esta estación, los cultivos pasaban su momento más delicado: de unas buenas condiciones meteorológicas dependía el crecimiento de las plantas y una correcta maduración de los frutos. 

El día de la Ascensión era uno de esos días marcados en los calendarios de los habitantes de los pueblos. A las doce tenía lugar la celebración de «La Hora». En el Diccionario de Autoridades, del siglo XVIII, ya está documentada esta práctica: «En el día de la Ascensión la de doce a una del día: que es en la que piadosamente se cree subió Cristo Señor Nuestro al cielo: y la celebran los fieles, empleándola en oración delante del Santísimo Sacramento». El pueblo era llamado con repique general de campana, la iglesia se adornaba con flores y la liturgia era acompañada con música, normalmente a cargo del sacristán desde el órgano o armonio. 

Antes de salir hacia el templo o ya de regreso a casa («mientras la Hora»), las familias depositaban en un recipiente agua con unas semillas tras una ventana o lucera en la que estuviera expuesto al sol. Dependiendo de los pueblos, la simiente podía ser de cebada (principalmente), judía, trigo, garbanzos… Cada día, las familias atendían el improvisado y oblativo semillero doméstico, añadiendo el agua que necesitase. Con el paso del tiempo, las semillas germinaban creando un humilde, pero boyante, decorado vegetal. Ese carácter propiciatorio del día de la Ascensión es señalado por el sociólogo, folklorista y pedagogo sevillano Alejandro Guichot y Sierra (1859-1941). El investigador hispalense indica que en el día de la Ascensión debían «recogerse cuantas yerbas [sic] medicinales haya a mano, pues tendrán la virtud de curar toda clase de dolores». El investigador José Manuel Fraile Gil documentó en distintas localidades madrileñas una práctica parecida. El periodo de incubación de las gallinas se ajusta a las tres semanas (el mismo tiempo que media entre la Ascensión y el Corpus).  Con el fin de asegurarse la correcta fecundación de los huevos y el nacimiento de los polluelos, las gallinas cluecas eran fecundadas por los gallos en el día que marca el siguiente refrán: «Si echas la llueca en huevos en la Ascensión, pollitos el día el Señor». A miles de kilómetros, en Inglaterra, la revista The Gentleman’s Magazine en uno de los volúmenes publicados en 1823 recoge en una localidad británica la decoración vegetal y floral de pozos de agua en el día de la Ascensión. 

Tres semanas después, el día del Corpus Christi, esos mismos recipientes con las plantas brotadas se ponían en las cruces engalanadas en el transcurso de las procesiones solemnes. El exorno exuberante de las calles compuesto a base de mantones de manila, colchas de ganchillo, la sonería de los relojes de péndulo, el alfombrado de plantas aromáticas como el cantueso por las calles; la arquitectura efímera compuesta de arcos vegetales, enramadas… se veía complementado con este humilde ofrecimiento realizado desde los hogares en un momento en el que la cosecha de yeros o cereal andaba próxima y de su buen resultado dependía el sustento de la familia. Ya apuntó el historiador burgalés Anselmo Salvá lo siguiente sobre el carácter exuberante de la fiesta: «En todas partes, con la fiesta del Corpus viene una alegría especial, un júbilo propio, un contento de la vida, una ansia de más vivir, un afán de más gozar característicos. Son días que parece que requieren juncos y espadañas, rosas, fragancia, luz, calor, movimiento y ruido. Son días en que apenas se comprende el dolor, en que la miseria como que se esconde, en que la dicha humana se vislumbra, en que la felicidad absoluta se presiente».

Tanto la Ascensión como la fiesta del Corpus Christi se encuentran en el «ciclo de mayo», periodo de fertilidad, pureza y del desarrollo del amor: aumentan las fiestas tras el tiempo invernal, la vegetación resurge y las cosechas han germinado y prometen… y «los enamorados andan en busca de amores»: en definitiva, la generación de la vida con todo su esplendor. En este tiempo que transcurre entre mayo y junio comienza ya en la Pascua. Se podría decir que la Ascensión se halla a medio camino del periodo; y que la segunda, el Corpus, es el apoteósico final y el pórtico de entrada al verano previo al día de San Juan. Posiblemente este acto piadoso sea una adaptación cristiana de las Floralias paganas, fiesta romana en honor a la diosa Flora (protectora de la Naturaleza, las flores y los jardines) con el fin de conjurar la esterilidad; o de la celebración de las Ambarvales, en honor de la diosa Ceres (de donde procede la palabra «cereal»), vinculada al campo y su protección con el fin de tener una buena cosecha. Todas estas fiestas eran celebradas en este tiempo de color y de exuberancia de la vida que es la estación primaveral, cuyo origen (según algunos investigadores) posiblemente se encuentre en el Neolítico con el desarrollo de las primeras sociedades agrícolas. La práctica sencilla del agua y la cebada recopilada en Segovia de la Ascensión al Corpus, nuestra provincia, es una reminiscencia de ese pasado oferente que se ha podido documentar.


Recipiente y semillas de cebada


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